jueves, 13 de mayo de 2021

Jugando a ser ...

 COCINERO

Tuve que aprender a cocinar cuando cumplí mi gran sueño de maestro joven: ir a trabajar a una escuela rural ( Quechuquina 1967). Para entonces, en mis jóvenes veintitrés años, había visto cocinar a mi madre, a mis hermanas, a mi hermano José y a María Luisa, mi cuñada, en el restaurante que tenían en Villegas 679; pero yo jamás había cocinado ni un huevo frito. ja ja

Me tenía que ir a trabajar a Quechuquina y allí no había restaurantes. Entonces le pedí a mamá que me explicara cómo se hacían las comidas más comunes. Nada de sus inolvidables capellettis con tuco de salsa de tomates, ni el tradicional keppe árabe, ni mucho menos sus zapallitos rellenos al horno. Empezamos por un sencillos guiso. El puchero era más fácil porque todo iba a la cacerola y a hervir se ha dicho. 

En este punto me acordé de algo que solía decir mi hermana Elisa: "Andaba al ruido de las ollas"era  para referirse a alguien que cocinaba con apuro ya fuese porque se le había hecho tarde o porque tendría visitas a comer. Qué lindo eso de tener visita a comer. Una costumbre que ojalá nunca se deje atrás por pasada de moda. 

Retomando el relato diré que Malque ( mi mamá)  me explicó que para el guiso debería comenzar rehogando una cebolla picada junto con el morrón, cinco minutos después agregar la carne picada, luego sal gruesa (una cucharada sopera) a continuación  los condimentos y finalmente  el guisante elegido, que podía ser arroz, fideos caracoles o moñitos, arvejas en lata o alguna otra legumbre previamente remojada. Hervir lo necesario, luego apagar la llama y dejar reposar cinco minutos . 

Y listo el pollo...¡Perdón! listo el guiso. 

Y así comencé a cocinar los miércoles al mediodía en mi recordada escuelita de Quechuquina, la provincial número tres. Bueno, pero me parece que algo les hace ruido a mis interesados lectores.

Sí claro - porqué los miércoles-, ¿acaso lunes y martes no comía? Si, comía las viandas que como parte de mi equipaje llevaba los lunes por la mañana, preparadas por mamá (Un beso al cielo, como se dice ahora) cuando partía a tomar la lancha de Parques Nacionales*, que me llevaría desde San Martín de losAndes a hasta el muelle de Quechuquina. Esas viandas era manjares,  preparados por ella, claro y podían ser empanadas, árabes o criollas; milanesas o algún trozo de carne asada al horno que hasta hoy me encanta deglutir a manera de  fiambre. Bueno, así aprendí a cocinar y, tanto progresé que cuando años más tarde fui a otra querida escuela rural , la de Hua Hum; habilité por mi cuenta el comedor escolar, porque decidí -con la partida, escasa por cierto,  que mandaba el Consejo- hacer el almuerzo para los chicos y para mi. Cosas  que pasaban en aquellos tiempos  en que nadie decía: " Eso a mi no me corresponde" ( Pero esa sería otra historia)   

* Me refiero a Parque Nacional Lanín, ya que antes que llegaran las lanchas de empresaen enhora buena que así haya sido pues s privadas el servicio en el Lago Lacar lo prestaba esa institución tanto para los pobladores como para los turistas en los veranos. 
** Actualmente, me comentan, porque estoy jubilado hace rato,que suele oirse  "No me corresponde" ; justo es decir que no solo pasa el ámbito de educación, también  en otros ámbitos: de la gigantesca y nunca bien elogiada Administración Pública...¿Aquí es que lloverán los cascotazos? vengan, me agacharé. je je.
 
Volver a cocinar, después de diecisiete años: 

Cuando volví a trabajar en escuelas del pueblo*  en septiembre del año mil novecientos sesenta y nueve después de haber estado dos períodos lectivos en Quechuquina;  y  diciembre del setenta y cuatro después de los cuatro años en Hua Hum; volví a vivir con mi familia y allí no necesitaba cocinar con mayor razón porque vivíamos en el mismo sitio del Restaurante de mi cuñada y de mi hermano.. En mil novcientos ochenta y dos, cuando el restaurante fue alquilado, mamá y yo nos fuimos a vivir a una casa que me cedió en comodato el Consejo de Educación**, en el barrio El Arenal, casa Número tres, con vista al santuario de la Virgen de la Montaña  y a la salida de la ruta a Hua Hum. Una vista panorámica bellísima que hacia la derecha se completa con la cancha de polo del ejército. Allí mamá cocinaba de modo que dejé tranquilas a las ollas, los guisos o los tallarines con tuco.
Volvería a verme en la necesidad de volver cocinar ( diecisiete años después)  en mil novecientos noventa y uno, al fallecer mamá y quedar viviendo en mi casa que habíamos habitado desde septiembre del ochenta y tres. Casa esta que compartí ocho años con mi madre, y enhorabuena que así haya sido pues el motivo de haber encarado el proyecto de tener una casa fue para brindarle comodidad a mamá.  

Seguramente el tener que cocinar me ayudó a estar entretenido, y fui aprendiendo a preparar otras  comidas, superando guisos y tallarines con tuco. En cuanto a pastas tendría mucho por aprender y así lo hice ya que constituyen mis platos preferidos, claro que con un vasito de vino tinto. Fui incluyendo en mi recetario: ñoquis canelones, lasagnas, capellettis, malfattis, pero nunca me atreví a amasar tallarines. 





*San Martín de los Andes, pcia del Neuquén.
** En razón que me desempeñaba como director en la Escuela Nro. 142ubicada en el citado barrio.