domingo, 28 de diciembre de 2008

ANIVERSARIO



Todos somos viajeros , de paso por este maravilloso universo. Comienza cuando nacemos y…termina cuando morimos. ¿Termina realmente cuando morimos?


Escribía en setiembre pasado:
¿Qué piensa el viajero mientras mira su pueblo montañés? Piensa acaso en el lejano día que tuvo esa visión increíble. Fue cuando descendió por primera vez la cuesta de arrayanes sin saber que lo hacía en busca de su futuro. Sin pensar que allí recalaría para siempre.

El lejano día fue: 28 de diciembre.
Hoy se cumplen 50 años. Creo que en el viaje principal , que es el paso por esta vida, el desplazamiento del lugar donde nací, a este donde espero finalizar aquel alguna vez, fue una circunstancia afortunada, no me cabe ninguna duda y me hace estar infinitamente agradecido: porque aquí encontré “mi lugar” .

Mi madre y hermanos, tomaron la determinación; no sé a quién se le ocurrió, tampoco recuerdo si me consultaron, creo que no. Antes no se consultaba todo a los menores. Pero no importa porque me siento afortunado de haber transcurrido aquí desde los catorce hasta hoy: pasé mi adolescencia, hice el secundario, trabajé en lo que me gustaba, atisbé el arte preferido cuando “jugué” al teatro; conviví con mis familiares este transcurrir de los años, conocí gente maravillosa y, si alguien no mereció este calificativo, ya lo he olvidado.


El cumpleaños de una sobrina muy querida me advierte, cada año, cuántos llevo de vivir aquí. Porque ella nació el 27 por la tarde en el pueblo natal del cual yo me alejaba en un tren repleto de viajeros. Coincidencia. Azar.
En qué momento el guarda me pedirá el boleto porque el viaje va a concluir…¡Por suerte nadie lo sabe! Eso es una sorpresa.
Mientras tanto hoy: ¡panza llena y corazón contento! Almorcé con un grupo muy querido de los míos. Y, el viaje por ahora, continúa.

jueves, 18 de diciembre de 2008

LA MANCHA EN EL PANTALÓN





Esta mañana, en el banco, estaba un ex legislador que hace dos días apareció escrachado en el matutino regional por estar en un listado de deudores incobrables de este mismo banco. Como había bastante público debí hacer la consabida y tediosa cola, unos tres o cuatro lugares detrás del susodicho. Así que, en los treinta minutos que insumió nuestro zigzagueante itinerario hacia la caja , inevitablemente mi vista y mis pensamientos se situaban cada tanto en el tipo que, como el más honrado y meritorio de los mortales conversaba con desparpajo con su vecino inmediato posterior.
Dirijo mi vista a la calle, al día luminoso. ¿No sería más saludable estar afuera, caminando bajo ese sol?...Me saluda una amiga. La saludo. Va lento el avance hasta la ventanilla; algunos clientes traen montones de facturas de impuestos, servicios, tarjetas que el cajero verifica, sella, corta y apila a un costado…Bueno, todos hemos visto esa rutina.
Pasan los minutos, al rato mi vista que recorre el recinto y la gente que lo ocupa, cae otra vez sobre el vecino, rubio él, que fuera legislador del que también se comentó que vendió caro su voto. Sigue charlando animada y tranquilamente. De pronto pienso en los pantalones que llevo puestos, azules de tela liviana tipo marinero y…casi con horror recuerdo que en la parte posterior de la pierna derecha ostenta una mancha rosada que produjo un chorrito de lavandina que, inoportuno, fue a caer allí decolorando la tela. Generalmente no lo uso fuera del ámbito doméstico pero, hoy no tenía tiempo ni ganas de cambiarme y me fui así nomás hasta el banco.
Ahora caigo en la cuenta que todos los que están detrás mío, en sus erráticas miradas, inevitablemente verán mi mancha. Se agrega a la cola una colega. ¡Cuánto hace que no nos veíamos! Y nos saludamos. Fuimos compañeros de escuela hace unos años. Cambiamos información del tipo: -Cómo estás? –Bien, ¿Y vos? -Y…Aquí estamos, entre un turno y otro paso a pagar los servicios; dice ella que aun trabaja.
Viéndole el lado positivo, la espera en el banco, es un lugar de encuentros.
Vuelvo a mis divagues: ¡Cómo se pierde el tiempo en estas colas de espera!...Mejor tomarlo con calma, si no…Sin quererlo mi vista recae en el exdiputado. Qué orgulloso me siento de que mi mancha esté en mi pantalón y no en mi prestigio…Y encima ni siquiera es de aceite o de mierda: es una inocente mancha de lavandina en un pantalón económico; el pensamiento me hace sonreir. Si alguien me observó pensará “¿En qué estará pensando?” o “ el que a solas se ríe de sus picardías se acuerda”
Yo pienso: ¡Qué generoso es mi país! Permitir que, en la cola del banco, un docente jubilado acceda a pagar sus impuestos…¡Con una mancha en el pantalón!