El transcurrir del
tiempo, los vientos, las lluvias, los intensos calores de tantos veranos y las
heladas de tantos inviernos, fueron ajando, horadando, deteriorando esos
ladrillos que, hace ya muchos años, fueron pegados uno a uno para ser el hogar donde fundaron nuestra familia Papá
Fortunato y Mamá Malque. Para que allí nos trajeran a la vida y nos criaran a
los siete hermanos.
Hogar del que, ya
crecidas las hijas y los hijos, fueron partiendo en búsqueda de sus propios
destinos. Y un día esa casa fue tapera,
por el paso del tiempo, por los calores, por los fríos y porque “Así es la vida”.
En ese espacio, un
invisible puntito en la inmensidad del mundo, en ese hogar, entre esos
ladrillos, bajo aquel techo; cuántos momentos, cuantos recuerdos de tantas
vivencias gratas, ingratas, dulces, ácidas o amargas que el destino pone en las
vidas de las personas.
Gratas habrán sido las
buenas cosechas, los nacimientos, los festejos, como ingratos los malos
tiempos, las cosechas perdidas, las enfermedades y las partidas: entre estas amarga
muy amarga habrá sido la temprana partida de nuestro padre y duro el desamparo
que obligó a hacerse fuertes para seguir adelante.
En ese lugarcito, en esa acertada elección que
vos hiciste para la foto, querida Andrea, ahí mismo quizás estarán alojados,
dormidos, compactados en ese rinconcito todas las vivencias de medio siglo de vida familiar…Por eso cuando vi la foto, vi
en ella un símbolo que resume y contiene todo el historial de la familia,
condensado en esa esquinita donde dos pedacitos de paredes, de toscos ladrillos
hechos con tierra rionegrina y sudor de inmigrantes libaneses, lo cobijan, como dos manos protectoras.
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