Cuando estoy ante la vidriera de una librería , me agrada observar todo: cuadernos, útiles de geometría, plasticolas, gomas de borrar, lápices de colores... Entonces mis recuerdos vuelan en el tiempo, hasta muchos años atrás. Sí muchos, poco más de setenta...¡Siete décadas!
Mi siempre recordado tío Nader había viajado a Los Menucos, cada tanto hacía ese viaje a visitar a su hermano Nayib...quien vivía allá con su familia. Recuerdo a mi tío subiendo al tren. El tren impactaba mi asombro infantil por su tamaño, sonidos, ruedas de hierro, una cantidad de coches arrastrados por la enorme locomotora que encabezaba el convoy para llevarlo por esas vías del ferrocarril Roca hacia la línea sur. En el recorrido de doscientos kilómetros pasaría por pequeños pueblos y parajes: Musters, Nahuel Niyeo, Teniente Maza, Falkner, Ramos Mejía, Sierra Colorada, Ganzú Lauquén y finalmente Los Menucos.
Aquella vez, la que recuerdo tan vívidamente, habíamos ido hasta la estación a despedirlo. Pero ese paseo no era frecuente, porque la chacra de la familia estaba a poco más de una legua de la estación Valcheta y no teníamos auto, solamente carruajes. El motivo de este relato es el regreso de mi tío, supongo que la visita a su hermano, a su esposa María y a los hijos de ambos, habrá durado una semana. A su regreso, no tuve ocasión de ir a esperarlo a la estación.
Mi sorpresa, cuando él llegó, fue el pequeño obsequio que me trajo en aquel viaje: una cajita de seis lápices de colores. Me emociono cada vez que recuerdo ese momento. Por qué lo hizo, por qué ese regalito. El era un hombre muy observador y en alguna otra parte de estos recuerdos habré mencionado su interés por la tecnología. Pero aquí el motivo es esa pequeña cajita de humildes lápicitos de madera: el rojo, el azul y el amarillo; después aprendería que se los llama primarios. Más otros tres no tan vivos como son el verde, el marrón, y el que menos se usaba: el violeta. Supongo que mi tío me habría visto, entretenido en copiar letras de alguna revista, letras mayúsculas tipo imprenta con algún lapíz negro que había en casa , sobre alguna hoja que mamá me habrá dado del bloc para escribir cartas que en esos tiempos siempre había en los hogares.
¿Hace falta recordar que no existían celulares? Pero igual se vivía.
Cuántos garabatos habré hecho en esos tiempos, no había escuela cercana y mucho menos jardín de infantes. Y ahora, a distancia de tantos años, estoy seguro que Nader Buganem, habrá sabido que ese regalito fue el mejor que pudo traerme aquella vez al regresar de visitar a su hermano Nayib en Los Menucos.